Ahorros sin Caja
Ni
león ni toro, ni león ni españa, ya no hay Caja y Banco Ceiss es una
filial de Unicaja, nuevo capítulo financiero y fin de más de un siglo de
filosofía social del ahorro
El escenario financiero de hoy se parece
muy poco no al de ayer, sino al de hace apenas un minuto. Cambios de
vértigo, mercados globales, modelos capaces de competir y sobrevivir con
solvencia y, sobre todo, una crisis que ha dejado al aire las
vergüenzas de un sistema que presumía hace pocos años de tener las
espaldas cubiertas ante eventuales dificultades. Con forceps y grandes
cantidades de dinero público (nacional y europeo, y también de los
ahorradores, a los que se obliga a asumir pérdidas mientras se
desentraña si la naturaleza de sus intereses era de ávidos inversores o
de confiados ignorantes) se ha gestadoun nuevo sistema financiero del
que se han barrido las cajas de ahorro, hasta hace no tanto orgullo del
modelo patrio.
No era oro todo lo que relucía. Ni siquiera era latón. Mientras la
mayoría de los hoy convertidos en reajustados bancos miran al frente y
pugnan por dejar escondidos bajo la alfonbra los desaciertos (cuando no
abusos) de gestiones movidas por presiones políticas y urbanísticas, la
esencia filosófica con la que nacieron las cajas de ahorro queda
aparcada en los libros de historia.
En realidad, a juzgar por los desmanes evidenciados a golpe de
informes de expertos financieros y hombres de negro de la exigente troika,
aquel espíritu ilustrado que pretendía redimir los vicios dilapidadores
de las clases humildes, a la vez que librarlas de la usura de las casas
de banca y otras fórmulas de abusos prestamistas hacía mucho tiempo que
había pasado a mejor vida. Ahí está el caso de los estafados por las
participaciones preferentes y la deuda subordinada. O los desmanes
hipotecarios. O los créditos para incentivar un consumo insostenible.
Aquí y ahora, en el contexto de esta espiral vertiginosa, se cierra
otro capítulo de la más que centenaria historia de lo que nació como la
caja de ahorros leonesa, y vivió (con sus altos y sus bajos) décadas de
crecimiento y apuesta por la tierra. Hasta que las presiones financieras
fueron apretando las tuercas para sumar fuerzas (o despropósitos) en
una carrera por fortalecer la entidad local que se ha estrellado ahora
con la conversión de la caja (ahora Banco Ceiss) en una filial de la
malagueña Unicaja. Una filial que mantiene su nombre e imagen parar no
perder más clientes y depósitos, y para salvaguardar a la saneada
andaluza de las ataduras del descalabro de la que se concibió como
músculo financiero de Castilla y León.
Un empeño del control político por ir sumando activos entre las
posibilidades domésticas que se tradujo en una gran entidad financiera
en Castilla y León, Caja España-Duero, que no fue capaz de atraer a
otras cajas locales más pequeñas (acabaron fagocitadas por otros
proyectos con mejor o peor suerte en el proceso de reestructuración) y
que sumó más debilidades que fortalezas para alumbrar una caja que en
los últimos tres años se ha ido desangrando. Despeñándose en una caída
que hoy ve el fin, pero que no ha acabado todavía.
Unir las dos grandes cajas autonómicas para diseccionarlas después en
el análisis de viabilidad europeo, y obstinarse a renglón seguido en
ofrecerla a una entidad solvente del sector cuya única preocupación
(lógica, al fin) durante tres años ha sido que el desastre castellano y
leonés no contagie en lo más mínimo sus cuentas ni hipoteque su futuro,
tiene hoy una clara traducción en cifras para lo que fue el proyecto de
la gran caja autonónica.
En números redondos se pierden unos 2.500 empleos (no más a costa de
recortes entre los que se quedan); casi 500 sucursales cerradas; ayudas
públicas que suman 4.740 euros (parte se dan por perdidas, otras tendrá
que devolverlas en solitario Ceiss); una reducción del negocio en un 45%
sobre las cifras de 2010; la imposibilidad de operar fuera de su zona
histórica (Castilla y León, Cáceres y Madrid, aunque estas últimas cada
vez más cercenadas en las condiciones impuestas); limitación al negocio
minorista de particulares y pymes; prohibición de meter mano en el
negocio inmobiliario (tras deshacerse de más de 3.100 millones en
activos tóxicos que traspasó a la Sareb); limitaciones a la concesión de
créditos;... Y la deuda pendiente con más de 30.000 ahorradores
entrampados en el escándalo de las preferentes.
Con estos mimbres afronta su nueva etapa histórica aquella
institución que hace más de un siglo consiguió nacer, tras años de
intentos, con la ilusión de la filosofía ilustrada de la Sociedad
Económica de Amigos del País.
Una filosofía arraigada en los pósitos, los almacenes de grano y
lugares de préstamo nacidos en la etapa medieval para aliviar a los más
desfavorecidos con sus cosechas y calmar hambrunas. Desde 1835 se debate
en León sobre la necesidad de crear una caja de ahorros y un monte de
piedad inspirados en estos principios. Hasta el Gobierno aprobó entonces
una ley para impulsar aquellas instituciones «destinadas a fomentar el
ahorro entre las clases laboriosas, mediante cortos y periódicos
ingresos que con el interés proporcionado contribuirán a propagar el
espíritu de la economía, y con él la inclinación al trabajo».
En 1839 el Gobierno decretó que se creara en cada provincia una caja
de ahorros y un monte de piedad, juntos o por separado; con fines
también humanitarios y caritativos.
La intención y la legislación sobre estos principios fueron
sucediéndose a lo largo del siglo, pero no era tan fácil poner en marcha
el proyecto, a juzgar por cuánto se tardó en materializar en la
provincia. Tenían los próceres clara, eso sí, la finalidad de la
institución: «Estimular el ahorro para erradicar dos defectos muy
extendidos en este sector social: el lujo y la holganza».
No fue hasta final del siglo XIX cuando se redactó un reglamento para
fijar los criterios de la institución que debía ponerse en marcha en
León. Sus objetivos se centraban en «aliviar el infortunio del
necesitado, atacar la usura por considerarla un grave mal social,
facilitar los medios para hacer ahorros que contribuyan al mejoramiento
de las costumbres y al estímulo del hábito de la previsión».
Ya entonces se decidió también que la caja de ahorros estaría
gobernada por un consejo en el que estuviera representada la sociedad
con capacidad de decidir. En aquel momento, el gobernador civil, los
diputados provinciales, el juez, el alcalde y el obispo; además de siete
vecinos accionistas y empresarios de «reconocido prestigio». Además,
claro, de los representantes de la Sociedad de Amigos del País. Un
plantel que se ha mantenido hasta nuestros días, con las adaptaciones
necesarias.
El caso es que finalmente, a mitad de 1898, la sociedad comienza a
sentar definitivamente las bases de la caja de ahorros. Tras dos años de
trámites, el 14 de marzo de 1900 se constituye el consejo de
administración.
En otro orden de cosas la caja nace con mejores intenciones que
recursos. Aquellos impulsores leoneses no tenían ni siquiera un local
donde iniciar la andadura de la entidad que estaba llamada a cambiar los
hábitos y las condiciones de la clase trabajadora. Hasta el punto que
consiguieron una modesta oficina, pero tuvieron que poner en marcha una
suscripción popular para dotarla de muebles y material de oficina.
Finalmente la caja inició su historia con un capital de 4.814,5 pesetas.
Incluso quienes abrieron las primeras cartillas se comprometieron a
no sacar el dinero depositado en el plazo de un año, de forma que la
entidad pudiera tener algunos fondos.
El 2 de diciembre de 1900 abrió sus puertas la Caja de Ahorros de
León, y una semana más tarde inició su andadura el Monte de Piedad.
Ramón Pallarés fue su primer presidente.
En el primer ejercicio consiguió 402 clientes y un saldo de 301.579
pesetas. Los impositores obtenían un interés del 3% en sus cartillas por
los depósitos; mientras que se cobraba un 5% por los préstamos
hipotecarios, un 6% en los de garantía personal, un 7% en el empréstito
de alhajas y un 8% en el de ropas y muebles.
En sus primeros veinte años de vida la caja volcó su actividad en dos
aspectos fundamentalmente: la colaboración con el Instituto de
Previsión (que dio lugar a la Caja Provincial de Previsión) y el mundo
agrario, inmerso entonces en una grave crisis.
El impulso del crédito agrícola, pero también del asociacionismo
agrario, junto con la preocupación por mejorar las explotaciones,
centraron aquellos primeros años de vida de la Caja de Ahorros. Y
lograron que buena parte de los agricultores accedieran a fórmulas que
no les arrojaban en manos de quienes prestaban entonces créditos tan
abusivos que muchos de los trabajadores acababan perdiendo sus tierras.
En 1901 la caja formalizó 53 préstamos, por un valor de 32.045
pesetas. En 1920 fueron 125.628 los préstamos concedidos, con una
inversión de casi 16,8 millones de pesetas. En sus primeros veinte años
de vida la caja prestó a agricultores y ganaderos más de 289 millones de
las pesetas de entonces, en condiciones que podían asumir.
El ámbito de actuación de la caja fue ampliándose a otros sectores,
pero las miras de la institución empezaron a volverse también hacia la
presencia física en las zonas de la provincia donde las perspectivas de
negocio eran mejores.
En abril de 1906 la caja abrió sus primeras sucursales en Astorga,
Pola de Gordón y Palazuelo de Órbigo; y poco después en Valencia de Don
Juan y Sahagún. En mayo de 1948 abre la primera oficina en Ponferrada,
concretamente en la Puebla. La red se va extendiendo por toda la
provincia hasta terminar los años 80 con unas 90 sucursales. Una de
ellas, en Madrid.
El crecimiento del negocio fue constante hasta final de la década de
los 20, cuando la crisis frena los créditos. Era la inestabilidad previa
a la Guerra Civil.
Finalizada la contienda, la actividad de la Caja de Ahorros de León
sigue acaparando el creciente ahorro de los leoneses. Entre 1936 y 1939
los depósitos pasan de 76,5 a 97,2 millones de pesetas, y en 1945 llegan
a los 175 millones.
Paralelamente la actividad asistencial de la Obra Social de la
entidad se intensifica en aquellos años, con atención y financiación
tanto a hospitales y centros de beneficencia como a escuelas. Sin
desatender un Monte de Piedad donde en aquellos años se empeñaba todo
cuanto algún valor tenía.
Si a día de hoy el Monte sólo admite metales nobles y piedras
preciosas, las joyas de aquellos días pasaban por abrigos y enseres
varios del hogar, ropas de vestir y de la casa,...
La caja no olvidó nunca su apoyo a la educación, desde becas para
estudios a centros educativos, que ha mantenido hasta hace muy poco. En
1946 se inauguraron las escuelas de Nava, y en 1949 las de La Milagrosa.
En 1963, la escuela de Puente Castro. Al margen, a través de Amigos del
País, se fomentó siempre la enseñanza de oficios, desde corte y
confección o bordado hasta vidrieras artísticas.
Aunque la gran obra de la Caja de Ahorros de León en materia de
formación fue el empeño en conseguir la Universidad. En 1972 se creó el
Colegio Universitario de León, adscrito a la Universidad de Oviedo; para
poner en marcha primero Filosofía y Letras y después Derecho. Y de ahí,
el Campus para cuya construcción la caja compró una finca de 300.000
metros cuadrados en La Palomera.
Las innumerables actividades culturales, que determinaron también la
posesión de un fondo artístico de incalculable valor, fueron otra de las
constantes de la Obra Social hasta hace muy pocos meses.
Desde los años 40 hasta finales de los 90 la caja de ahorros vive un
periodo de imparable crecimiento, con una actividad estable y saneada y
una vinculación con la provincia, sus gentes y sus necesidades, que tomó
carta de naturaleza de la razón de ser de la entidad financiera.
Así llegó a 1988, cuando el Gobierno autonómico de Castilla y León
comenzó a impulsar operaciones para unir y fortalecer un abanico de
entidades de implantación local del que no querían perder la vinculación
al territorio, pero que requería una mayor capacidad económica para
afrontar mayores retos.
Las negociaciones entre distintas cajas autonómicas se llevaron en
secreto, bajo la premisa, ya entonces, de la necesidad de fortalecer el
tejido financiero de la Comunidad ante las nuevas exigencias que ya
entonces mostraban los mercados.
Unir el potencial de Caja León con el de Caja Salamanca era el
objetivo principal de la Junta en aquel momento. Eran las dos cajas con
mayor volumen y peso. No fue posible el acercamiento.
Así que la Junta optó por unir más entidades más pequeñas. El 23 de
abril de 1988 las asambleas de cinco cajas autonómicas ratificaron el
apoyo a un proceso negociador que se prolongó por dos años, y que gestó
Caja España.
Se unieron en aquel proyecto Caja León, Caja Zamora, Caja Palencia,
Caja Provincial de Valladolid y Caja Popular de Valaldolid. Nació Caja
España, la entidad más grande de Castilla y León y la décima del país
por volumen de activos. En 1989 Caja León había adquirido también la
Caja Rural Comarcal del Bierzo.
La sede de la entidad se fijó en el histórico edificio Botines de
León, donde desde hacía décadas tenía su sede la caja local. Una caja
que aportaba al proyecto conjunto casi la mitad de sus recursos totales,
y una situación enormemente saneada.
Caja España nació oficialmente el 15 de junio de 1990. De entre los
numerosos bocetos que se manejaron se eligió el logotipo de un toro, que
se mantiene hasta ahora. El objetivo del proyecto conjunto era adquirir
volumen para poder operar con solvencia en el nuevo escenario
financiero que se dibujaba, para lo que también era necesario un salto
tecnológico.
Se gestó así el edificio de Puente Castro, una central que a día de
hoy sigue siendo uno de los principales activos de la entidad.
En el momento de la fusión Caja España sumaba 1.743 empleados y 365
oficinas repartidas por cuatro provincias. En una década pasó de
gestionar 0,5 billones de pesetas a 1,5 billones; cuadruplicó los
créditos y alcanzó las 547 oficinas en su plan de expansión.
Pero también tuvo que hacer frente a situaciones comprometidas. Por
ejemplo la amortización de la compra del Banco de Fomento, que se
realizó en diciembre de 1993. Un desembolso de 29.000 millones de
pesetas que le permitió comenzar a operar en Castilla-La Mancha,
Galicia, Asturias, Cantabria, Madrid, Aragón y La Rioja. Pero que sumió a
la entidad en pérdidas en los meses siguientes.
Tardó dos años en recuperar la estabilidad, tras realizar un duro
proceso de saneamiento basado en la dotación de provisiones para
insolvencias y en la amortización anticipada de la compra del Fomento.
Caja España se consolidó entonces como la décima en volumen de
negocio gestionado en el ránking nacional. En quince años el volumen de
ahorro de los clientes gestionado casi alcanzó los 18.000 millones de
euros, y los créditos superaron los 11.500 millones. A finales de 2005
trabajaban en la entidad 2.901 empleados, y tenía 550 oficinas en 32
provincias españolas.
Un proceso de crecimiento que, alentado por la bonanza económica y
ajeno a la crisis económica que arrasaría poco después con el sistema
financiero existente, fijó en 2007 un plan estratégico a cuatro años con
el objetivo de lograr en 2010 los 300 millones de euros de beneficio,
las 700 oficinas y 500 empleados más.
La expansión de la zona de negocio seguía siendo un objetivo, ganar
tamaño parecía entonces vital: se accedió a los mercados donde no estaba
presente, con oficinas en Andalucía, Levante y País Vasco. La caja
abrió también sucursales en Portugal, y en el plan estratégico se
contemplaba el desembarco en México.
El descalabro económico internacional sorprendió a Caja España en
este proceso, e impuso una realidad muy distinta a esos planes.
A finales de la primera década del nuevo siglo desde la Junta de
Castilla y León se impulsa la creación de lo que se dio en denominar el
músculo financiero de la Comunidad, que pretendía sumar las cajas
operativas en la Comunidad para crear una entidad fuerte y competitiva
en el nuevo escenario que se dibujaba.
No fue un proceso fácil, y al final (tras desligarse Caja Burgos de
la operación en el último momento) quedaron solas en la negociación Caja
España y Caja Duero. Las peleas de los políticos locales de cada
entidad por acaparar sedes y servicios retrasaron una operación que se
cerró en 2010. El 5 de enero los consejos de administración de ambas
cajas aprobaron el acuerdo de fusión en Caja España de Inversiones,
Salamanca y Soria, Caja de Ahorros y Monte de Piedad. Las asambleas lo
ratificaronen junio. La sede social y la presidencia se fijó en León, y
la dirección general en Salamanca.
La operación ya requirió el apoyo financiero del Fondo para la
Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), que recapitalizó la nueva
entidad con 525 millones de euros que desembolsó en participaciones
preferentes.
La integración se materializó pues con ayuda pública, y también con
las nuevas exigencias de la reestructuración financiera como
consecuencia de la crisis encima de la mesa. La nueva entidad no tuvo
apenas tiempo de hacer planes, más allá de cumplir las exigencias de las
autoridades económicas.
El proceso de reestructuración pasaba finalmente por la desaparición
del modelo de cajas de ahorro, la segregación de sus negocios
financieros en bancos y la desaparición de aquellas insolventes. Al
final en menor medida de lo previsto por el elevado coste, económico y
de imagen, que suponía esta drástica medida. Una decisión que favoreció
al banco surgido de Caja España, Salamanca y Soria (Banco Ceiss), para
el que las autoridades europeas dictaminaron la nacionalización y
subasta ante la imposibilidad de seguir adelante en solitario.
No así en compañía de Unicaja, porque ya para entonces las
negociaciones con la caja malagueña (también segregado su negocio
financiero en Unicaja Banco) ya estaban sobre la mesa.
Lo que al final ha resultado la integración de Banco Ceiss como
filial en Unicaja Banco ha sido un largo proceso de tres años de duro
tira y afloja, con la permanente amenaza por parte del presidente de la
andaluza, Braulio Medel, de romper la baraja y con la consecución de una
serie de ventajas que han satisfecho el objetivo de dos de las partes:
del Gobierno, que no tiene que hacerse cargo de una nacionalización cuyo
coste cifró en unos 1.000 millones de euros; y de Unicaja, que ha
conseguido blindar sus intereses y que la entidad con sede en León, y
sobre todo el Estado, logren el visto bueno de la Comisión Europea para
hacerse cargo de todos los costes, actuales y futuros, que puedan surgir
(sobre todo de las demandas de los preferentistas). Todo ello sin que
ninguna institución estatal entre a formar parte del accionariado de
Unicaja.
Así cierra más de un siglo de evolución de la entidad financiera con
sede en León. Casi 114 años de crecimiento para volver a las raíces de
su negocio y su territorio, aunque esta vez con el peso de una
valoración negativa. Caja España vale, según las autoridades, -288
millones de euros. Pero sigue en pie. Le espera una dura tarea.
FUENTE: www.diariodeleon.es